Manifesto
Manifiesto

Las palabras dan forma al mundo. Siempre lo han hecho. De hecho, no seríamos la sociedad que somos si antes no nos hubiéramos preocupado por nombrar todo lo que nos rodea o da sentido a nuestra existencia.
Somos polvo de estrellas en la infinitud del universo. Frente a la inmensidad de lo que apenas comprendemos, tenemos palabras para rescatarnos del vacío. Para delimitar la realidad y hacerla asible.
Pero no siempre. A veces, hay situaciones para las que no tenemos palabras. Por ejemplo, sabemos que un niño que pierde a uno de sus padres es huérfano. Que la persona que pierde a su cónyuge es viuda. Pero no hay palabras para el padre o la madre que pierden a un hijo. Como si esa pérdida no pudiera medirse, ni siquiera con palabras. Como si tal fuera la tragedia que debiera permanecer tácita.
Quizá, como humanos, sólo podamos afrontar el mayor dolor con el silencio. Tal vez, como humanos, el silencio sea nuestro mayor dolor.
Vivimos tiempos de silencio. Nos hemos instalado en la falsa certeza de que todo está descubierto y todo está dicho. Que la tierra es nuestra. Que todo se puede conseguir mediante la fuerza o el dinero, que sólo hay una forma de vivir, que diferente significa peligroso. Y esta falsa certeza se sustenta en la censura de unos y el mutismo de otros.
Poco a poco, vamos encogiendo el mundo. Lo hacemos más pequeño con la esperanza de que sea más manejable. Para que la tribu sea lo más compacta posible, hasta que quepa en una cueva.
Poco a poco, dejamos de vernos como polvo de estrellas infinito y nos convertimos en ovejas. Ovejas asustadas, cansadas, desconfiadas y agresivas. Un rebaño frustrado que piensa que ya no quedan pastos para todas ellas; que los pastores de siempre son cada vez peores y que sólo se rigen por el interés de mandar. Ovejas decepcionadas y malheridas que acaban aceptando el discurso del poder, aunque sea puro delirio.
Y poco a poco, la cueva se queda en silencio.
Pero.
¿Es la única manera?
Lo malo del silencio es que hasta un susurro puede romperlo. Una palabra. Una palabra que nos recuerda que no somos ovejas. Una palabra que nos recuerda el poder que reside en la voz de la gente corriente. Una palabra que reivindica nuestro derecho básico a simplemente ser y existir.
BELAND.
Una palabra que falta en nuestro vocabulario pero que forma parte de nuestra naturaleza.
BELAND es el lugar que nos da raíces, identidad y paz. También es nuestro sentimiento de amor y pertenencia. El derecho a construir una vida digna. El deber de preservarla para uno mismo y para todos. BELAND es donde nacemos, donde nos criamos, donde vivimos, donde dimos nuestro primer beso. BELAND es donde están nuestros hijos, nuestros padres, nuestros amigos.
BELAND es un lugar libre, personal e intransferible. No se puede comprar, ni robar, ni conquistar, ni someter, ni aniquilar. Igual que nosotros.
BELAND es universal. Todos tenemos uno. Todos sentimos una. Todos somos uno.
¿Nos oyes? ¿Puedes oír nuestra voz?
No estás solo. Estamos aquí. Con una esperanza. Con una palabra: BELAND.